lunes, 25 de diciembre de 2006

Comentario "¿De qué hablamos cuando hablamos de comunicación política?"

CREACIÓN DEL ADVERSARIO Y VENGANZA DE LA REALIDAD
(Comentario del ensayo "¿De qué hablamos cuándo hablamos de comunicación política?", de Javier del Rey Morató)
Por Gustavo González Rodríguez
Publicado en diciembre de 1996 en Zer, Revista de Estudios de Comunicación, de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la UPV (Universidad del País Vasco), el ensayo de Javier del Rey Morató remite a un conjunto de reflexiones y definiciones sobre la comunicación política, que recogen un trayecto iniciado académicamente en 1974 en España, con varias décadas de antelación al interés que este campo está despertando en Chile y en otros países latinoamericanos.
Este comentario no pretende aludir de manera integral el texto de Del Rey Morató, sino más bien concentrarse en los alcances que el autor hace de la aplicación en la política de elementos consustanciales de técnicas, discursos y lenguajes de la comunicación en aras de la construcción de realidades. Desde esa perspectiva, interesa tanto poner en cuestión algunos de los ejemplos o casos con que el académico uruguayo-español ilustra sus conclusiones, como igualmente avanzar en el tiempo y aplicar sus pautas de análisis de 1996 a fenómenos políticos actuales, en particular a la intervención militare del gobierno de los Estados Unidos en Irak.
Tras el fin de la Guerra Fría y la imposición del llamado Consenso de Washington se ha hecho casi un lugar común denostar experiencias políticas latinoamericanas que escapan del molde del nuevo orden bajo rótulos de regímenes populistas o neopopulistas. Caracterizaciones que, en una lectura fina, hacen abstracción de los ingredientes históricos, sociales, políticos, étnicos y en general de los rasgos identitarios que dan origen a estos movimientos, para quedarse en la condena fácil de gobiernos o presidentes cuyo populismo radicaría en una gestión de espaldas a la realidad, desconocedora sobre todo de la disciplina fiscal, devenida en viga maestra del arte de gobernar.
En efecto, para Del Rey Morató hay un amplio abanico de ejemplos de desastres políticos, sociales y militares como consecuencia de una comunicación política sin arraigo en la realidad, y en esta ejemplificación cita procesos históricos de largo aliento, como el fracasado socialismo de la Unión Soviética; episodios militares de gravitación transitoria (Galtieri y el intento argentino de recuperación de Las Malvinas en 1982 y Saddam Hussein con su invasión a Kuwait en 1991) y regímenes populistas latinoamericanos, donde pone casi en un mismo nivel al peronismo con los gobiernos de Alan García en Perú y de Carlos Andrés Pérez en Venezuela.
El académico apunta que el problema a dilucidar es si la comunicación política que se establece en una sociedad "tiene buenas relaciones diplomáticas con la realidad o si ha roto amarras con ella", desligándose de la economía, no advirtiendo una crisis que se avecina, o incurriendo en una aventura política, social o militar.
"En todos estos casos, al desastre epistemológico de una comunicación política sin arraigo en la realidad, le sucede invariablemente un desastre político, social o militar, consecuencia de haber jugado a negar la realidad: cuando uno ignora la realidad, la realidad, invariablemente, pasa la factura, se venga, pegando una patada en el trasero del individuo o de la sociedad que ha osado marginarla", sostiene nuestro autor.
Y añade:
"Algunos partidos políticos, algunos líderes, algunos gobiernos, sociedades enteras, tal vez generaciones, han vivido con un mapa que no tenía nada que ver con la realidad, o, lo que es tan grave como eso, han emprendido un viaje tomando el parte meteorológico como el plan de vuelo, y han hecho el vuelo con el primero. ¿Ejemplos? Abundan en nuestro tiempo: la Argentina de Galtieri, y su huida hacia adelante, que culminó con el desastre de las Malvinas, las Falkland de los mapas ingleses; el Irak de Saddam Hussein, que ignoró la realidad, creyendo que el mundo asistiría, impasible, a la conquista de Kuwait; todos los regímenes populistas que hicieron su agosto en la América española, desde el de Perón hasta el de Alan García o el de Carlos Andrés Pérez; el régimen de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, una fiesta de deductivismo, una auténtica borrachera de dogmatismo y voluntarismo, en el que la honesta búsqueda de un valor se hizo a costa del resto de los valores, con el agravante de que también en la conquista del valor perseguido se cosechó el fracaso más estrepitoso: el monismo filosófico es mal consejero y peor guía –por decirlo con expresión cervantina–, y construye un mapa que no tiene nada que ver con el territorio: la comunicación política que genera sume a la sociedad en una falsa conciencia" (subrayado nuestro).
Cabe reiterar que este ensayo fue escrito en 1996, para establecer que alude al primer gobierno de Alan García (1985-1990) y al segundo de Carlos Andrés Pérez (1989-1994), en tanto en el caso del peronismo no parece rescatar como expresión de ese movimiento a Carlos Menem, quien en aquellos años se hacía reelegir como Presidente de Argentina.
La imagen del parte meteorológico es acertada en cuanto a las urgencias que enfrentaron los gobiernos latinoamericanos a raíz de la crisis de los años 80, cuyo impacto se extendió hasta avanzados los 90. En Perú, Alan García se propuso enfrentar la asfixia de la deuda externa con una fórmula éticamente intachable: destinar un porcentaje determinado y mínimo de los ingresos por exportaciones a la amortización de intereses desbocados y dar prioridad a la atención de las necesidades inmediatas de la población. Una fórmula "populista" porque no atendía al requerimiento realista de disciplinar la gestión fiscal para honrar las obligaciones con la banca internacional, el FMI y todo el tinglado dominante de las finanzas mundiales. En cambio, la segunda administración de Pérez en Venezuela tuvo más bien un fuerte sesgo de alineamiento con las políticas de "shock" (como congelar salarios y liberar precios) recomendadas por esos mismos poderes y que Menem aplicaba con mayor rigor en Argentina, al punto de convertirse en el discípulo favorito de Michel Camdessus, en ese entonces gerente general del Fondo Monetario Internacional.
La reflexión sobre la inveterada costumbre de analistas estadounidenses y europeos –y de sus seguidores latinoamericanos– de asignar livianamente motes de populismo y, ahora, de neopopulismo, es válida aún con respecto a la propia línea de análisis de Del Rey Morató. Pareciera que quienes se hacen merecedores de esos calificativos representan la única forma irresponsable, voluntarista, "de espaldas a la realidad", de gobernar. Lo que ayer fue válido para enjuiciar a Alan García, Carlos Andrés Pérez y también a Raúl Alfonsín y José Sarney en su momento, es aplicable hoy como trama argumental para denostar como neopopulistas a Néstor Kirchner, Evo Morales, Hugo Chávez y tal vez mañana a Rafael Correa. Del mismo modo sirve para mantener a Chile como ejemplo de políticas económicas "sanas" (al margen, obviamente, de las brechas en la distribución del ingreso) y aplaudir a Luiz Inácio Lula da Silva y Tabaré Vazquez porque pese a su raíz política izquierdista se pusieron a salvo del contagio neopopulista.
¿Qué tendrían que plantear hoy los teóricos del realismo político? El propio Javier del Rey Morató hace una suerte de advertencia premonitoria en el sentido de que las democracias están cayendo también en la práctica de gobernar con el parte meteorológico ("los sondeos, la política de cara a la galería, tal vez la maqueta de la anécdota"), en lugar de hacerlo con un plan de vuelo que, según nuestro autor, debe tener en el primer lugar de los datos de la realidad a los económicos.
Pero esta principalización de la economía como norte de la acción política resiste cada vez menos la prueba de la práctica, precisamente porque se ha caído en una simplificación que sitúa como única política económica "correcta" al neoliberalismo, una propuesta fracasada en la mayoría de la región y que dejó un costo mayor que los males que se le quieren endosar al populismo, término que por lo demás correspondería aplicar únicamente al peronismo con base en un rigor analítico sobre los movimientos sociales.
Sin profundizar por ahora en ese debate, lo que corresponde consignar como eje de un diagnóstico actualizado es el fracaso del neoliberalismo en América Latina, refrendado por sucesivos pronunciamientos electorales que dieron cauce a corrientes de izquierda hacia la conquista de gobiernos. El fenómeno de Evo Morales representa la reacción popular a la gestión de derecha de Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia. El triunfo de Rafael Correa en Ecuador es un eslabón más en el rechazo de una vasta gama de sectores sociales y étnicos a la economía dolarizada que impuso Jamil Mahuad y a la frustración con Lucio Gutiérrez. Chávez y su mesiánica revolución bolivariana no serían posibles sin los fracasos de Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera. Kirchner irrumpió en la política argentina como la expresión más confiable de repudio al decenio menemista, identificado por el pueblo argentino como el que sentó las bases de la crisis que desembocó en el "corralito". Aún Lula da Silva y Vazquez son portadores de las oportunidades que los ciudadanos de sus respectivos países quieren dar a la izquierda. Todo esto, sin olvidar el fenómeno de la corrupción, que catapultó a Chávez, hizo que Alejandro Toledo se retirara con un alto índice de desprestigio pese a su buen récord económico y mantuvo en ascuas la reelección de Lula. La corrupción no es monopolio de irresponsables populistas ni la honestidad es una característica consustancial del neolioberalismo.
La mejor expresión de los cambios de rumbo en la política latinoamericana está en el paso al olvido del ALCA, el Área de Libre Comercio de las Américas, concebida a comienzos de los 90 como la expresión superior de una homogeneización de las economías del continente bajo la hegemonía de Estados Unidos y del neoliberalismo.
Por eso, al leer con la perspectiva de diez años de distancia a Javier del Rey Morató no cabe sino suscribir muchas de sus sentencias, pero al mismo tiempo cuestionar o hacer el intento de actualizar sus ejemplos.
Sin duda, "política y comunicación son consustanciales". "La comunicación política no es la política, pero la política –parte considerable de ella– es, o se produce, en la comunicación política", es también una afirmación con la cual no cabe sino estar de acuerdo. La postura contestaria de la política, como "fuerza de la realidad natural", ante la metafísica, gracias en buena medida a Nicolás de Maquiavelo, es puesta igualmente en relieve por Del Rey Morató, quien apuesta permanentemente en su análisis a dos líneas implícitas: la política como fuerza natural y la comunicación como el campo de la semantización y las subjetividades.
Así, "disociamos política y comunicación, como campos fenomenólogicos que tienen un punto de encuentro, al que llegan desde actividades distintas, dando lugar a una nueva realidad cultural, la comunicación política", según establece nuestro autor. En este encuentro, la comunicación rediseña la praxis de la política. Como acota el texto, "antes solo existían gabinetes de prensa, pero ahora existen gabinetes de imagen y comunicación, análisis de medios, diseño de estrategias y estudios de marketing". O, como sentencia Alain Minc, "para un hombre de Estado actuar y comunicar constituyen las dos caras de una misma realidad".
A partir de este enunciado, el análisis remite a un conjunto de tópicos en que este encuentro política-comunicación parece apuntar al anhelado fortalecimiento de la democracia, a un sistema de relaciones en el cual, parafraseando a Dominique Walton, a mayor mediatización más participación y gobernabilidad. Porque "entender la política supone reconocer lo que es importante, es decir, todo aquello que influye en forma destacada sobre el resultado de los acontecimientos". Y es que "la política es una cuestión de comunicación, en la que los mensajes generados por el líder político o por el partido tienen que contrastarse con los mensajes que llegan de la realidad, es decir, de la economía, de los sindicatos, de los adversarios, del exterior, de la patronal, y de los distintos grupos sociales".
Al margen del papel principalísimo que en este y otros análisis se atribuye a la economía como certificado de fe de la realidad, las preguntas que quedan instaladas a la luz del texto de Javier del Rey Morató apuntan al menos en dos direcciones.
El primer cauce de interrogantes, establecido por el autor, alude a los dispositivos y constructos del campo comunicacional, donde las representaciones, los juegos de lenguajes y otros instrumentos de manipulación redundan en operativos que acarrean distorsiones o inducciones pero que, a la postre, son consustanciales a la política: "el juego del oráculo o la simulación de los grandes números; el juego de enmascarar lo personal; el juego del trasvestismo de los valores; el juego de la coartada de los intereses generales; el juego de la creación del adversario, y el juego de los espacios políticos".
En segundo término queda la sospecha de cómo la comunicación política y sus dispositivos dan lugar a construcciones de realidades que implican operaciones masivas de manipulación, donde "la realidad" como tal (aquella que ignoran los populistas en el enfoque de nuestro autor) retorna al campo de la metafísica.
Como testimonio de lo anterior no es necesario remontarse a la propaganda nazi de Goebbels, a los consensos forzados del estalinismo o a la pesadilla orweliana del Gran Hermano. Basta ponerse en sintonía contemporánea con todo el dispositivo comunicacional, supuestamente avalado por datos de Inteligencia muy poco inteligentes, del gobierno de George W. Bush para justificar ante el pueblo norteamericano y la comunidad internacional la invasión a Irak del año 2003 con el pretexto de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.
Fue una manipulación o distorsión que rindió frutos a Bush y su gobierno, aún más allá del escepticismo o la fragilidad de los informes sobre las armas de Hussein, porque el juego del lenguaje hacia el pueblo estadounidense apelaba a la creación o sobrevaloración del adversario tras el impacto del 11 de septiembre de 2001. Por eso, la otra mentira justificativa de la invasión a Irak: aquella de que Saddam Hussein era aliado de Osama Bin Laden.
Las últimas elecciones parlamentarias en los Estados Unidos indicarían que Bush cosechó, en las palabras de Del Rey Morató, un desastre político, como consecuencia del desastre epistemológico de negar la realidad, o mejor dicho mentir, en el conflicto de Irak. Un desastre político en todo caso relativo, menor al desastre militar que significa la muerte de más de tres mil soldados norteamericanos desde marzo de 2003 en el país árabe. No se percibe, en todo caso, un desastre social para el gobierno republicano, similar al que se gestó en los años 60 cuando el movimiento pacifista puso en jaque la intervención en Vietnam y contribuyó a que en 1975 Estados Unidos se retirara derrotado del sudeste de Asia.
En un amplio espacio de maniobra, Bush dice haber asimilado la derrota que le propinaron los demócratas en las legislativas de noviembre de 2006, pero en una lectura, ahora sí, inteligente de esos resultados, advierte que la impronta conservadora y antiterrorista sigue arraigada en el electorado norteamericano. Por eso, un día convoca a una comisión de alto nivel para elaborar estrategias de retiro a un año plazo de Irak, y al otro anuncia aumento de tropas, porque, "nosotros, los de la ideología de la libertad, tenemos que derrotar a la ideología del odio". La lucha del bien contra el mal se instala así como una expresión renovada del monismo filosófico que orientó y condujo al fracaso a la Unión Soviética. "La comunicación política que genera (este monismo filosófico) sume a la sociedad en una falsa conciencia", señala, recordemos, Del Rey Morató.
¿Cómo se sustenta, cómo prevalece, esa falsa conciencia? Lo hace sobre un tinglado de representaciones en que opera todo un aparato en que la comunicación política y sus dispositivos no son sino la epidermis de relaciones de poder más profundas, en que la realidad se demora en pasar la cuenta o dar la patada en el trasero. Bush puede estar tranquilo.

2 comentarios:

javierey dijo...

Gustavo hace un análisis tan interesante, tan lúcido, que mejora mis líneas.
Nada mejor que tener buenos lectores.
Un saludo

Prof. Javier del Rey Morató

Torres ideas dijo...

Muy buena descripción para ejemplificar el material de Del Rey Morató.
Que como estudiantes de las Ciencias Políticas, reconozco es abstracta para entenderlo de buenas a primeras, pero que con estos tipos de análisis facilita bastante la comprensión.

Santiago Torres
Estudiante de Ciencias Políticas. Universidad Nacional del Caaguazu. Paraguay, junio 2013